29 octubre 2012

Hablemos de WET (y su final)


Hay muchas formas de contar buenas historias, manejando el tempo y eligiendo el instante apropiado para desvelar el punto álgido, el clímax, ese momento por el cual todos los acontecimientos de la historia desembocan en un fin último o los retazos de información finalmente forman un todo, ese momento en el cual se nos muestran todas las cartas. Los videojuegos que se manejan por el ámbito de la acción, rol y aventura suelen echar mano de uno de estos esquemas, un sistema de progresión por el cual el protagonista -y por ende el jugador- a la par que avanza la trama, va adquirendo fuerzas o nuevas habilidades que utilizar en un enfrentamiento final contra el causante máximo de los problemas que hemos ido solucionando a lo largo del camino. Es este fin último el que fundamenta no solo la progresión de la trama, sino también el máximo interés del jugador, disfrutar de la más colosal lucha que las hábiles mentes del estudio desarrollador del juego hayan conseguido articular, muy por encima de las ya espectaculares o entretenidas que mantiene durante todo el núcleo del mismo. Así funcionan, por poner un ejemplo, todos los juegos de la saga Zelda, todos los Mario tradicionales y todos los Final Fantasy “canónicos”, series que más allá de la calidad de una u otra entrega han demostrado que funcionan como obra.